Mi Habana




Llevo casi dos semanas fuera de Cuba pero a veces siento que aún no me he ido. El otro día me sobrevino una profunda nostalgia; encontré en la maleta un abrigo con olor a La Habana, una mezcla de cigarros, gasolina y gato muerto con un cierto matiz dulce, de mango o de mar.

Ahora nos estamos quedando en la casa que compró mi bisabuelo hace muchos años, en New Hampshire, cerca de un lago inmenso y helado al pie de una cadena montañosa. Me gusta estar aquí; por la mañana hace bastante frío y casi siempre me quedo en cama leyendo. A eso de las once el sol empieza a coger fuerza, y uno puede salir al muelle a broncearse y a nadar. Hay un pueblecito que queda a quince minutos y donde vamos a menudo para tomar helado o para comprar algún adornito de recuerdo, pero generalmente queremos volver a casa enseguida para gozar de la tranquilidad, del perfume de los pinos, del lago gélido. Es un lugar que me trae muchos recuerdos de mi infancia, ya que he ido todos los veranos desde que nací; de pequeña construía imperios de hadas cada tarde, o pretendía ser sirena con mi hermana en el lago, pero supongo que uno deja de hacer esas cosas después de cierta edad. 

A la hora de la cena, desciende el sol, siempre puntual.

Aún así, entre todo aquello me encuentro regresando a Cuba. Cuando tomo café con leche, pienso en todas aquellas mañanas en las que me servía el café de nuestra cafetera medio derretida, agregando una pizca de sal y otra de canela. Cuando salgo a caminar, me resulta extraño escuchar la conversación de fondo en inglés, no en español (o, mejor dicho, en cubano). Cuando me lanzo al lago, recuerdo la playa de Santa María, su arena blanca y su mar azul. Allí fui con mi hermana, mi mamá, mi tía Made y mi prima Ary el día antes de irnos, como una especie de despedida de Cuba. Llegamos antes de las ocho de la mañana, cuando las playas aún estaban desiertas. El mar estaba como agua para chocolate, y al llegar apenas habíamos soltado las toallas cuando nos metimos corriendo. Qué rico, el agua cruda y el cielo despejado. La arena, más suave que las nubes.

Ese día de playa fue de los pocos chances que tuvimos para descansar en los últimos diez días antes de irnos. Cada día era un tremendo trajín; que si las cajas que eran para empacar, que si las cosas que eran para la familia, que si el no sé qué…en fin. Como no sabíamos ni tan siquiera qué día nos iríamos tuvimos que empezar a empacar con antelación ya que nos parecía mejor tenerlo todo listo y vivir con lo básico por un tiempo en vez de tener que empacar la casa entera en un día o dos. Y así fue. Las cajas que usamos para empacar las íbamos acumulando de cualquier lado porque en La Habana no venden cajas. (La mayoría las sacamos de la bodega de al lado que como conocían nuestra situación nos las guardaban a diario.)

Llevamos casi todas nuestras pertenencias al apartamento de La Habana Vieja (que mi mamá compró y renovó con el fin de tener nuestra propia casa en La Habana), excepto lo esencial, como la ropa y algunos libros. Las despedidas fueron muy tristes y hubo muchas lágrimas, pero finalmente nos tuvimos que subir al avión e irnos del país. 

Es difícil acostumbrarse a un lugar que no sea Cuba, especialmente después de estar tantos meses sin salir. Olvido que puedo usar servilletas, que se friega con el lavaplatos y no a mano, que no tengo que mezclar el detergente con agua para ahorrar. Olvido que puedo comer sin preocuparme tanto de que se acabará y de que quién sabe cuándo reaparecerá, que puedo tomar agua sin antes hervirla y colarla. Aún así uno extraña las vicisitudes de Cuba, porque traen consigo una satisfacción inexistente en otros lugares; todo lo que es difícil de conseguir, lo que no se suele comer o beber o de lo que no se suele gozar se aprecia aún más, se comparte, y a eso se le atribuye un gran valor que no cambiaría ni por todas las riquezas del mundo.

En todo caso, nos fuimos de Cuba por la misma razón que nos fuimos de Estados Unidos hace unos años atrás: para empezar una nueva vida. Sin embargo, es muy raro aún sentarme a comer y a contemplar el sol caer sobre el lago, cuando hace tan poco estaba viendo el mismo sol caer sobre La Habana y el remoto mar.


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