Casa blanca

    El otro día una de mis mejores amigas, a quién llamaremos Maria, me escribió para decirme que necesitaba hablar por teléfono urgentemente para contarme del sueño que había tenido la noche anterior. Había soñado en cuatro planos distintos con un antiguo amor a quién llamaremos Pablo. En el primero estaban en una sala de juegos y de repente pasaron a la parte superior de un árbol que a la vez era un hongo. Estaban rodeados de animales. Pablo le dijo que los animales eran personas que habían caído bajo una maldición. Y entonces todos se precipitaron al suelo, el cual no era visible desde la altura del árbol-hongo; los animales se convirtieron en personas con ropas muy coloridas y excéntricas. Cerró los ojos y de momento pasó a un cuarto oscuro ahogándose en paquetes envueltos y maletas, y salió al pasillo donde vio una luz cálida — allí estaba Pablo, y de repente vieron una mancha larga y negra con una falda rosada. Comenzaron a correr y llegaron a una puerta. Salieron al cuarto plano, a una calle con un ambiente blanco y mañanero, así como cuando La Habana aún no ha despertado y cuando el gallo parte el aire con su quiquiriquí. Había tres caballos. Pablo se montó en uno y Maria le susurró: –– Estás muy blanco ––y el sueño se apagó. 

    El sueño le dejó una huella fantástica y algo mágica en una vida que casi siempre permanece blanca y negra. Maria me dijo que cuando despertó sintió una gran desilusión al percatarse de que el sueño no era realidad. Yo le dije que probablemente son cosas que sí le han pasado en otros universos, y que los sueños son el único medio de comunicación con esas vidas ajenas. Creo que la clave del conocimiento se encuentra en los sueños; es el lugar donde algo puede ser árbol y hongo a la vez, donde podemos pasar de un lugar a otro sin necesitar una explicación, donde el tiempo pierde el valor completamente. Todo lo que conocemos se contradice, y a la vez lo entendemos. Para mí los sueños no son meramente un lugar donde aparecen nuestros sentimientos más ocultos representados como manchas con faldas rosas o amores no correspondidos o caballos, sino que son augurios y advertencias también. El pasado y el futuro se van, se convierten en el presente.

    Maria me dijo que los sueños nunca nos mentirán, y eso repicó en mi cabeza incluso horas después de que colgamos. Es cierto que nuestro subconsciente nos dirá la verdad a la cara, tal cual, pero a pesar de que no miente, hay mucho que no saca a la luz. De ahí los misterios del universo. 

Hace unos meses estaba hablando con mi mamá de algo que me llamó mucho la atención. Ella estaba preparando la cena mientras yo escuchaba música en la sala. Le pregunté si tenía alguna duda sobre la vida que se haya quedado sin responder. Me dijo que querría saber si volvería a volar. Así que le pregunté a qué se refería. Me dijo que de pequeña voló mientras anotaba los números de las casas en su barrio en Santa Fe, lo cual era algo que hacía los fines de semana por la mañana, antes de que despertaran los demás. Yo también quería volar. Me dijo que probablemente ya lo había hecho pero que se me había olvidado.


Al cabo de unas semanas me acordé mientras cortaba una cebolla para una tortilla. La sensación de volar la había conocido cuando tenía dos años y medio. Estaba jugando en el patio después de haberme bañado con la manguera — aún vivíamos en Miami y era un día especialmente sofocante. Mi hermana y mis padres habían entrado a almorzar y yo estaba corriendo en el patio, y la hierba seguía húmeda por la manguera y el aire tampoco se había secado del todo, y entonces de momento comencé a subir sobre la casa blanca donde vivíamos en aquella época, y entonces estaba entre las nubes, en el cielo, volando como una mariposa. De pronto escuché que me llamaban para almorzar y descendí y entré a casa como si nada hubiera pasado. 


Llevaba años asumiendo que eso había sido un sueño, pero el día de la tortilla me di cuenta de que realmente me había sucedido; la sensación de moverme en el aire, de subir y bajar, de ajustar los brazos para cambiar de dirección estaba tan fresco en mi mente como si lo hubiera hecho minutos antes. Luego se lo conté a mi amiga H., que había venido a tomar el sol un rato a la azotea de mi edificio, de donde se veía toda La Habana e incluso un pedacito del mar. Ella pensó que era broma. 


Quizás con la edad perdemos esa fe en la magia que vincula los sueños con la realidad, y los apartamos como si fueran dos cosas distintas. Decimos que la realidad ha de pertenecer a la vida que experimentamos despiertos y los sueños han de pertenecer a la vida durmiente. Qué lindo sería encontrar esa magia en la realidad, como hacíamos antes. 



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